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lo de ayer fue un homenaje al fútbol que honra igual al Barcelona, digno campeón de la Supercopa, que al Real Madrid, fabuloso aspirante. Insisto: descontando el último minuto. Sin esa mancha que se extenderá peligrosamente, el encuentro reunió cuanto le pedimos a un partido de fútbol, cuanto cabe exigir a Madrid y Barça, los equipos más poderosos del planeta.
El partido, sin embargo, se había agrandado. El Madrid volvió a mandar y el Barça se entregó a los contragolpes como método de supervivencia. Intentó tocar y lo hizo a ratos, pero es una evidenciaque el equipo (Xavi, para ser concretos) aún no está afinado.
Lo maravilloso es que cada contendiente sacó brillo a su apuesta y el encuentro pasó de tener mucho a tenerlo todo: despliegue físico, rigor táctico, talento y, cómo no, ocasiones. Casillas sacó de la escuadra un remate de Pedro; poco después Cristiano reventó los guantes de Valdés, al que salvó el larguero. Özil la tuvo en sus pies y Casillas, acto seguido, la salvó con los suyos. Todo era bueno. Había cantidad y calidad, puchero y tortilla desestructurada, alternativas y fuego. El gol de Messi, en el 44', insistió en las similitudes con el primer partido. No se correspondía con el discurso del juego, sólo con su inmenso talento y con el ingenio de Piqué, que asistió de tacón.
Tras el descanso, Mourinho dio entrada a Marcelo, al que Coentrao había relegado al banquillo sin justificación sufi ciente. El portugués pasó al mediocampo, en sustitución de Khedira. El choque se igualó al extremo y no es casual. Pasado el hervor de las primeras partes, el Madrid se reposa (y no es peor esta versión) y el Barcelona respira. Ha ocurrido siempre, anoche de nuevo.
A 20 minutos del final, Sergio Ramos tuvo la oportunidad de empatar, pero su cabezazo silbó junto a un palo. La tensión era máxima. Hasta que a nueve del final, Benzema condujo el partido a la prórroga al resolver un barullo en el área. Inmediatamente después entró Cesc, utilizado como antídoto de emergencia. Su papel fue pequeño, pero con frase. Primero combinó con Messi y Adriano en el gol decisivo. Después le tocó hacer de mártir, ante Marcelo. Y, por último, con la Supercopa en las manos, ejerció de campeón.
El crack
Messi. Su extrema calidad decidió. Le metió una gran asistencia a Iniesta en el 1-0 y marcó el 2-1 y el 3-2. Enorme.
¡Vaya día!
Özil. Apenas tocó la pelota en un partido destinado para brillar y acabó expulsado en la tangana final.
El dandy
Iniesta Marcó un gol de genio, picando la pelota ante Iker. Volvió a impartir una clase de visión de juego.
El duro
Marcelo.Vio la roja directa por hacerle una fea y desproporcionada entrada por detrás a Cesc (minuto 93).
Barcelona Conquista su Decima Supercopa de España.
jueves, 18 de agosto de 2011
lo de ayer fue un homenaje al fútbol que honra igual al Barcelona, digno campeón de la Supercopa, que al Real Madrid, fabuloso aspirante. Insisto: descontando el último minuto. Sin esa mancha que se extenderá peligrosamente, el encuentro reunió cuanto le pedimos a un partido de fútbol, cuanto cabe exigir a Madrid y Barça, los equipos más poderosos del planeta.
El partido, sin embargo, se había agrandado. El Madrid volvió a mandar y el Barça se entregó a los contragolpes como método de supervivencia. Intentó tocar y lo hizo a ratos, pero es una evidenciaque el equipo (Xavi, para ser concretos) aún no está afinado.
Lo maravilloso es que cada contendiente sacó brillo a su apuesta y el encuentro pasó de tener mucho a tenerlo todo: despliegue físico, rigor táctico, talento y, cómo no, ocasiones. Casillas sacó de la escuadra un remate de Pedro; poco después Cristiano reventó los guantes de Valdés, al que salvó el larguero. Özil la tuvo en sus pies y Casillas, acto seguido, la salvó con los suyos. Todo era bueno. Había cantidad y calidad, puchero y tortilla desestructurada, alternativas y fuego. El gol de Messi, en el 44', insistió en las similitudes con el primer partido. No se correspondía con el discurso del juego, sólo con su inmenso talento y con el ingenio de Piqué, que asistió de tacón.
Tras el descanso, Mourinho dio entrada a Marcelo, al que Coentrao había relegado al banquillo sin justificación sufi ciente. El portugués pasó al mediocampo, en sustitución de Khedira. El choque se igualó al extremo y no es casual. Pasado el hervor de las primeras partes, el Madrid se reposa (y no es peor esta versión) y el Barcelona respira. Ha ocurrido siempre, anoche de nuevo.
A 20 minutos del final, Sergio Ramos tuvo la oportunidad de empatar, pero su cabezazo silbó junto a un palo. La tensión era máxima. Hasta que a nueve del final, Benzema condujo el partido a la prórroga al resolver un barullo en el área. Inmediatamente después entró Cesc, utilizado como antídoto de emergencia. Su papel fue pequeño, pero con frase. Primero combinó con Messi y Adriano en el gol decisivo. Después le tocó hacer de mártir, ante Marcelo. Y, por último, con la Supercopa en las manos, ejerció de campeón.
El crack
Messi. Su extrema calidad decidió. Le metió una gran asistencia a Iniesta en el 1-0 y marcó el 2-1 y el 3-2. Enorme.
¡Vaya día!
Özil. Apenas tocó la pelota en un partido destinado para brillar y acabó expulsado en la tangana final.
El dandy
Iniesta Marcó un gol de genio, picando la pelota ante Iker. Volvió a impartir una clase de visión de juego.
El duro
Marcelo.Vio la roja directa por hacerle una fea y desproporcionada entrada por detrás a Cesc (minuto 93).
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